Del
movimiento fariseo derivó, por lo que parece, el grupo de los zelotas. También
fanáticos de la Ley, no se conformaban con la inactividad de los fariseos;
pensaban que había que colaborar en la llegada del Reino, tanto en la
liberación del yugo extranjero como en la reforma de las instituciones. Nutrían
así, por una parte, un odio Implacable contra el Invasor, y pensaban encontrar
la solución en una sublevación armada que sería apoyada por Dios; respecto a la
situación interior de la nación, eran muy sensibles a la injusticia social y propugnaban
un reformismo violento, acusando a las autoridades de colaboracionismo con el
poder romano. La situación de hambre y falta de trabajo que se padecía sobre todo
en Galilea, donde predominaba el latifundio, hacía que encontrasen eco en las
multitudes de miserables que carecían de medios para subsistir.
Naturalmente,
tampoco los zelotas discutían la legitimidad de las instituciones ni la
diferencia de clases dentro de la sociedad. Pretendían que mandasen «los buenos»,
los que coincidían con sus ideas.
En los
últimos tiempos, varios autores han querido hacer de Jesús un zelota, pretendiendo
leer entre líneas el relato evangélico. Esta pretensión contradice, sin embargo,
todo lo que explícitamente han dejado escrito los evangelistas.
Para Jesús,
el uso de la violencia no ofrece solución. Además de condenarla en la esfera
individual (Mt 5,38-42; Lc 6,29s), tampoco la acepta como medio para instaurar
la sociedad nueva. Esta no llegará a través del cambio de los cuadros dirigentes
ni tampoco mediante el cambio de estructuras. La solución de los zelotas,
basada en la lucha violenta por el cambio social, lleva al fracaso, pues si no
cambian los hombres, la reforma caerá en los vicios del sistema anterior. Solamente
la existencia de una nueva clase de hombre, el que ha renunciado a la ambición y
a la revancha, permitirá la llegada de una sociedad justa. Usar los medios violentos
del sistema significa compartir sus falsos valores. La nueva sociedad no puede
basarse sobre la coacción, sino sobre la libertad de opción. El uso de la
violencia muestra que aún no existe el hombre nuevo. Las soluciones no vienen
de fuera adentro sino de dentro afuera. Jesús no pretende una reforma de las instituciones;
las declara todas caducadas (Mc 2,22: «a vino nuevo, odres nuevos»), incluida la
Ley (Mc 2,28). Toca a los hombres nuevos ir encontrando en cada época la organización
social que exprese la nueva realidad y las nuevas relaciones humanas.
Numerosos
son los pasajes de los evangelios donde se alude a la inutilidad de la violencia
zelota y al rechazo que de ella hace Jesús. A veces, se le ofrece que acepte el
papel de líder popular para llevar a cabo la empresa. Así lo propone Marcos en
la sinagoga de Cafarnaún, donde el poseído por un espíritu inmundo, figura del
secuaz fanático de una ideología, lo proclama «el Consagrado por Dios»,
esperando que, en vez de derribar la ideología nacionalista del sistema judío, la
haga suya y se erija en liberador nacional (Mc 1,24). Las multitudes judías y paganas, marginadas y abandonadas, creen ver en él al líder
esperado (Mc 3,11s).
Otras
veces los evangelistas utilizan imágenes, sobre todo la del agua (éxodo
violento de Moisés, con destrucción de los enemigos) y la del fuego (celo
ardiente y violento de Elías contra la monarquía corrompida). Así, en el episodio del paralítico de Juan (Jn
5,1-18), la agitación del agua en la piscina representa la rebelión violenta
que anhela el pueblo reducido a la impotencia (5,7). Jesús no secunda ese deseo, pero ofrece al
hombre la fuerza y la libertad, rompiendo con la institución que lo sometía (5,8s) (6). La suegra de Pedro está en cama con fiebre (palabra cuya raíz en griego es
«fuego»), y Jesús la cura; indica con ello Marcos el intento de Jesús de separar
a Pedro de los círculos que fomentaban el espíritu reformista violento de Elías (Mc 1,29-31) (7). El niño endemoniado y epiléptico se
veía forzado por el mal espíritu a tirarse al fuego o al agua (se unen aquí ambas
figuras), lo que causaría su destrucción (Mc 9,22). La escena de Getsemaní, donde un discípulo saca el
machete y ataca al siervo del sumo sacerdote (Mt 26,51), representante en la
escena de la más alta jerarquía del judaísmo, expresa el espíritu reformista violento que poseía al grupo de discípulos.
Jesús le ordena renunciar a la resistencia (Mt 26,52).
En
cuanto a la otra característica de los zelotas, el odio a los romanos invasores
y el deseo de revancha, nada más opuesto al espíritu de Jesús. El, que proclama
y practica el amor y la fraternidad universal de hombres y pueblos, no puede querer
la ruina de los romanos ni la venganza contra ellos (cf. Mt 8,5-13 par.). Por
eso no arenga a la rebelión armada, sino que enseña el amor a los enemigos (Mt
5,44 par.). Para él, las naciones paganas son, como la judía, pueblos oprimidos
por minorías dirigentes (Me 10,42). La labor de todos los que siguen a Jesús, también
de los discípulos de origen judío, es ponerse al servicio de esos oprimidos de
toda raza para rescatados de su esclavitud (Me 10,45). Tal es el sentido de la misión
universal, propia de los grupos cristianos.
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(6). Ibid., 270-271.
(7). Véase J. Mateos, "Los Doce" y otros seguidores de Jesús en el Evangelio de Marcos, Cristiandad, Madrid 1982, 215-216.