La octava y última bienaventuranza enuncia la
segunda condición para el Reino: la fidelidad a la opción inicial y a la labor
que se desarrolla a partir de ella, desafiando la persecución de que la
comunidad será objeto por parte de una sociedad que no tolera la emancipación
de los oprimidos ni el trabajo en favor de ellos (Mt 5,10: «Dichosos los que
viven perseguidos por su fidelidad»).
La fidelidad a la opción inicial, a pesar de
la hostilidad que ésta provoca, expresa la coherencia de la conducta con dicha
opción. Excluye, por tanto, todo lo que la desvirtúa y mantiene la plena
ruptura con los fundamentos de cualquier sociedad injusta. Esa coherencia se vive
dentro de un grupo que, por los valores que profesa, se opone diametralmente a la
sociedad, y cuya existencia y actividad socava los principios sobre los que
ésta se cimienta. Nada tiene de extraño que la sociedad reaccione con todos sus
medios, incluida la violencia, e intente suprimir el estilo de vida que se
deriva de la opción por la pobreza.
La persecución, manifiesta o solapada, la
presión social, los intentos de marginación, no han de ser para el grupo cristiano
motivo de angustia o desesperanza (“Dichosos ...”), porque en esa circunstancia
experimentará de modo particularmente intenso la solicitud divina (“porque ésos
tienen a Dios por Rey”), es decir, el amor y la fuerza del Espíritu, que es
capaz de superar incluso la barrera de la muerte (Mt 5, 11s).
La reacción de la sociedad ante el trabajo de
comunidades que se esfuerzan por ayudar al hombre y colaboran en la obtención
de una felicidad que desmiente la falsa felicidad que ella propone, no puede ser más que de hostilidad y persecución. Se aprecia claramente
la razón por la que Mateo intercala las
tres bienaventuranzas de liberación y las tres de acción entre la primera, que
describe la opción inicial de la que derivan ambas realidades, y la octava, que
supone la reacción de la sociedad injusta ante el nuevo fenómeno social.
Frente a la falsa felicidad que promete la
sociedad injusta, cifrada en la riqueza, el rango social y el dominio sobre los
demás la repetida proclamación que hace Jesús (“Dichosos ... “) muestra que la
verdadera felicidad se encuentra en una sociedad justa que permita y garantice el
pleno desarrollo humano. La sociedad injusta centra la felicidad en el egoísmo y
el triunfo personal; la alternativa de Jesús, es el amor y la entrega. Mientras
la primera, a costa de la infelicidad de muchos va creando la «felicidad» de una minoría, cerrada en sí misma e
indiferente al sufrimiento de los demás, en la sociedad nueva el esfuerzo se
concentra en eliminar toda opresión, marginación e injusticia, procurando la solidaridad, la fraternidad y
la libertad de todos. .' .
De este modo, Jesús invita a romper con el sistema
injusto y a esforzarse por crear la nueva relación humana, sin la cual es
imposible la relación auténtica con Dios. Jesús proclama «hijos de Dios» a los que procuran la felicidad de los hombres, mostrando así
que Dios es incompatible con la opresión, el sometimiento y la injusticia. Por
eso Jesús, presencia de Dios en la tierra, se pone de parte de los explotados y humillados por la sociedad; con
esto se julega su prestigio; es evidente que los poderosos tomarán partido contra
Jesús. Pero también Dios mismo se juega su prestigio; el Dios verdadero no será aceptado por los
opresores de la tierra o por los que están en su favor; éstos se buscarán otros
dioses, compatibles con su ambición de poder.
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