Las bienaventuranzas quinta a séptima exponen
las actitudes y objetivos que presiden el trabajo por la nueva humanidad. Son
los rasgos propios de la comunidad de Jesús como consecuencia de su opción por la pobreza, que son, al mismo tiempo, rasgos de
la humanidad nueva que a partir de ella se irá formando.
De hecho, después de abrir el horizonte de la
liberación, las bienaventuranzas describen la labor de la comunidad, que crea a
su vez la verdadera relación con Dios. La comunidad se caracteriza por la
solidaridad activa (Mt 5,7: «Dichosos los que prestan ayuda»), por la
sinceridad de conducta que nace de la ausencia de ambiciones y que permite un
trabajo en el que no se busca para nada el propio interés (5,8: «Dichosos los limpios de corazón»)
y, finalmente, por la tarea crucial de procurar la felicidad de los hombres (5,9:
«Dichosos los que trabajan por la paz»), que resume su misión en el mundo.
Esta tarea se corresponde con la saciedad de
justicia expresada en la cuarta bienaventuranza: la labor de la comunidad nueva
debe ser ayudar a crear un mundo justo en el que los hombres sean libres y felices.
Esta manera de ser y de comportarse establece
con Dios una relación que se describe con tres rasgos: los que practican la solidaridad
experimentarán la solidaridad de Dios con ellos (5,7: «porque ésos van a recibir ayuda»), los que son transparentes por su
sinceridad experimentarán la presencia inmediata y continua de Dios en su vida (5,8:
«porque ésos van a ver a Dios»), los que trabajan por la felicidad humana
tendrán experiencia de Dios como Padre y lo harán presente en el mundo (5,9: «porque
Dios los va a llamar hijos suyos»).
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