viernes, 8 de febrero de 2013

III. LA UTOPÍA DE JESÚS. EL REINO DE DIOS.


«La buena noticia» que Jesús proclama la resumen los evangelios sinóptico s en el anuncio de la cercanía del «reinado» o «reino de Dios» (Mc 1,14s par.). Ambas expresiones designan una realidad nueva: la sociedad humana alternativa; la primera, «el reinado de Dios», la considera desde el punto de vista de la acción de Dios sobre el hombre, individuo y colectividad; la segunda, «el reino de Dios», denota a los individuos y a la colectividad que viven y experimentan la acción divina.

No hace muchos años, «el reino de Dios» se identificaba con la beatitud después de la muerte. Sin embargo, nada más lejos de lo que propone el evangelio. El reinado de Dios debe ejercerse en la historia y el reino de Dios ser una realidad dentro de ella. La expresión es judía, usada sobre todo en la época intertestamentaria, y significaba para el judaísmo una realidad social, que prácticamente habría de verificarse en la época mesiánica; en ella Israel formaría una sociedad justa, viviría en la fidelidad a Dios y dominaría a sus enemigos.

En los evangelios aparecen los dos aspectos de la nueva realidad: el cambio personal (aspecto individual, «el hombre nuevo») y el cambio de las relaciones humanas (aspecto social, «la sociedad nueva»). No habrá nueva sociedad si no existe un hombre nuevo (Jn 3,3-6). La realización individual del Reino, la constitución del hombre nuevo, tiene lugar cuando el individuo, por la asimilación del mensaje de Jesús, decide entregarse a los demás, como lo describe Marcos en la primera parábola del Reino (Mc 4,26-29). Como respuesta a esta entrega, Dios potencia al hombre comunicándole su propia fuerza de vida (el Espíritu); dotado de ella, es tarea y responsabilidad del hombre crear una sociedad verdaderamente humana. La índole social del Reino se expone claramente en la parábola del grano de mostaza (Mc 4,30-32), en la que Jesús desmiente el ideal de grandeza de las profecías sobre el Reino (Ez 17,22s) para afirmar su existencia como realidad modesta, aunque visible, en la sociedad humana.

Una presentación parecida de ambos aspectos se hace en las parábolas del tesoro y de la perla (aspecto individual) y en la de la levadura (aspecto social) (Mt 13,44-46; 13,33). En todo caso, no se forma parte del Reino por pertenecer a una raza o a una nación, como en la concepción judía, sino por opción personal, abierta a todo hombre. 

Ha sido quizá la mala interpretación de un pasaje del evangelio de Juan (]n 18,36), traducido como «mi Reino no es de este mundo», la que ha invitado a considerar que la vida presente no tiene importancia para el cristiano, estando meramente subordinada a la consecución de la vida futura.
La recta traducción de este pasaje se deduce del contexto. Pilato pregunta a Jesús si es rey; Jesús lo afirma, pero distingue la calidad de su realeza, que no se apoya en la violencia, de la de los reyes de su época, basada en la fuerza de las armas.

La frase discutida debe traducirse, pues, «la realeza mía no pertenece al mundo/orden este» (3). Jesús es rey porque comunica libertad y vida, y esta acción se verifica en la historia.
Por lo demás, es obvio que, en las parábolas, Jesús presenta el Reino como una realidad que crece, se desarrolla y encuentra dificultades (Mt 13,24-30.36-43). Eso tiene lugar necesariamente en la historia.
El reino de Dios representa, pues, la alternativa a la sociedad injusta, proclama la esperanza de una vida nueva, afirma la posibilidad de cambio, formula la utopía. Por eso constituye la mejor noticia que se puede anunciar a la humanidad y, a partir de Jesús, la oferta permanente de Dios a los hombres, que espera de ellos respuesta. Su realización es siempre posible.

Es lógico, pues, que el primer paso para la creación de esa nueva sociedad sea el cambio de vida (“enmendaos”) que pide Jesús en conexión con el anuncio del Reino; sin un cambio profundo de actitud por parte del hombre, que lo lleve a romper con el pasado de injusticia, no hay posibilidad alguna de empezar algo nuevo.

La exhortación a la enmienda muestra, además, que, para ser realidad, el reino de Dios exige la colaboración del hombre. La enmienda es el paso preliminar, que implica el descontento con la situación existente, tanto individual como social, y el deseo de cambio. Sólo los que sientan esa inquietud responderán positivamente a la invitación de Jesús.

Pero la opción del hombre por el reino de Dios no se queda en la ruptura con la injusticia, supone además un compromiso personal, como el que hizo Jesús en su bautismo, de entregarse por amor a la humanidad a la tarea de crear una sociedad diferente. Como en el caso de Jesús, el compromiso de entrega a los demás pone al hombre en sintonía con Dios, y la respuesta de Dios es la comunicación de su Espíritu, es decir, la infusión al hombre de su fuerza de vida y amor, que lo capacita para esa tarea. 

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(3). Véase J. Mateos .-. Barreto, El Evangelio de Juan. Análisis lingüístico y comentario exegético, Cristiandad, Madrid, 2.ª ed. 1982, 773-774.

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