La actividad y el mensaje de Jesús son la
consecuencia de su experiencia de Dios como amor. Es lo que expresa la denominación
«el Padre», que designa al que, por amor, comunica a los hombres su propia
vida.
Si el Padre es amor sin límites al hombre, no
puede tolerar que éste sufra, sea oprimido o se vea impedido de alcanzar la
plenitud a la que está destinado. De la realidad del Dios-amor se deriva su
oposición a la injusticia, la actividad de Jesús en favor de los débiles e incluso
su aceptación de la muerte con objeto de llevar a cabo su obra liberadora.
Por eso, la actividad de Jesús se dirige
particularmente a los más necesitados, a los marginados por motivos religiosos o
sociales. Ella descubre las grandes esclavitudes que impiden el desarrollo del
hombre y permiten su manipulación y explotación; son las ideologías religiosas y
nacionalistas las que favorecen la marginación e impiden el amor y la
fraternidad universal.
Pero, al mismo tiempo, la
experiencia del Dios-amor impide cualquier actividad inspirada en el odio o que
procure el daño de otros; de ahí la diferencia entre los episodios de liberación
que aparecen en el Antiguo Testamento y la liberación que propone Jesús: quien
ama está dispuesto a dar la vida, no a quitarla, ni siquiera para salvar la
propia (8).
(8). Para el Dios-amor, véase J. Mateos - F. Camacho, El horizonte humano. La propuesta de Jesús, El Almendro, Córdoba 1988, cap 5.", «El Dios de Jesús».
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