De los movimientos
que pueden llamarse utópicos, el primero y más importante era el de los
fariseos, caracterizados por la rigurosa observancia de la Ley de Moisés. Ciertamente
anhelaban la llegada del reinado de Dios, pero consideraban que este hecho se
produciría por exclusiva acción divina. Su idea de la trascendencia divina, que
excavaba un abismo entre Dios y el hombre, les impedía concebir que tocaba al hombre cooperar en la
llegada del Reino. Para ellos, la única tarea del hombre era la minuciosa
observancia de la Ley, pensando que esto aceleraría la acción exclusivamente divina. Ante los acuciantes
problemas sociales de su tiempo, no tenían propuesta que hacer. Sólo recomendaban
el estudio de la Ley, la piedad individual y la absoluta sumisión a Dios.
Puede
caracterizarse esta tendencia como un espiritualismo devoto sin compromiso
alguno con la realidad social. Aunque estaban en profundo desacuerdo con el sacerdocio
dirigente, no habían roto con la institución religiosa; asistían al templo y al
culto. Concebían el reinado de Dios como una restauración purificadora de las
instituciones tradicionales. Por otra parte, un sector del movimiento fariseo,
el grupo de los letrados, formaba parte del Consejo supremo o Sanedrín y, con
ello, participaban en el poder político y religioso. Por su fama de santidad
tenían, además, un enorme influjo sobre el pueblo, que respetaba a los letrados
como a maestros.
En los
evangelios, el enfrentamiento de Jesús con los fariseos y letrados es continuo.
Jesús les echa en cara el ideal que se han propuesto, la perfecta observancia de
la Ley, llevada con sus interpretaciones hasta el absurdo. Esta pretensión los lleva al
engreimiento y a buscar una fama de santidad que les permita dominar y explotar
al pueblo (Mt 6,2.5.16; Mc 12,38-40). Por otra parte, desemboca en muchos casos en la hipocresía (Mt 15,7; 23,25).
También
denuncia Jesús su falta de compromiso: son ellos quienes filtran el mosquito y se
tragan el camello, es decir, los que pagan religiosamente el diezmo del comino,
pero se despreocupan de la justicia y del derecho (Mt 23 ,23).
Desprecian
al pueblo que no conoce la Ley ni puede dedicarse a una observancia tan
absorbente (Jn 7,49); pero, además, Jesús denuncia que la ideología que
propugnan, centrando al hombre en complacer a Dios por la minucia continua, le
quita toda libertad e iniciativa, reduciéndolo a un estado de invalidez humana (Mc
3,1-7a).
El
ideal fariseo de un reino de Dios fundado en la perfecta observancia de la Ley,
impuesta por el Mesías-maestro, es el que Juan refuta en su evangelio en la
escena de Nicodemo (Jn 3,1-12) (5). Para Jesús, no es la imposición externa de normas la que construye una sociedad nueva, sino la
existencia del hombre nuevo, movido por el Espíritu (Jn 3,3).
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(5). El Evangelio de Juan, 187-193.
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(5). El Evangelio de Juan, 187-193.
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