viernes, 8 de febrero de 2013

IV, LA PROCLAMA DEL REINO. LAS BIENAVENTURANZAS. LA OPCIÓN INICIAL.


Viniendo al detalle, la primera bienaventuranza enuncia la primera condición indispensable para que exista el reinado de Dios: la opción por la pobreza (5,3: «Dichosos los que eligen ser pobres»), es decir, la renuncia a la riqueza y a la ambición de riqueza. Esta opción es la puerta de entrada al reino de Dios, es decir, abre la posibilidad de una sociedad nueva, porque extirpa la raíz de la injusticia, la ambición de tener, y rompe con los «valores» sobre los que se sustenta la vieja sociedad.

La ambición lleva a la acumulación de riquezas e, inseparablemente, a la búsqueda del prestigio social y del dominio sobre otros, produciendo unas relaciones humanas basadas en la desigualdad, la opresión y la rivalidad, raíces de toda violencia. La opción por la pobreza, que elimina la acumulación de dinero, se inspira, pues, en el amor a la humanidad oprimida y en el deseo de la justicia y de la paz. Quita el obstáculo que impide la existencia de una sociedad justa y constituye la base indispensable para construirla. De ella nacerán la generosidad del compartir (Mt 6,22s), la igualdad, la libertad y la hermandad de todos. 

Según Jesús, todo hombre se encuentra abocado a una opción entre Dios y el dinero (Mt 6,24 par.), es decir, entre el amor y el egoísmo, entre el «ser» y el «tener». Optar por la pobreza significa tomar partido por Dios, y con él, por el bien de la humanidad y la propia plenitud.

No hay que confundir con la miseria la pobreza a la que invita Jesús; así lo demuestra la felicidad que él promete a los que hacen la opción (“Dichosos…”}. Esta felicidad, a primera vista paradójica, estriba en que, según la expresión de Jesús, «ésos tienen a Dios por Rey»; Dios garantiza que cuantos han hecho esa opción dispondrán de los medios necesarios para su desarrollo humano (Mt 6,25-33 par.).

La invitación de Jesús se hace en plural. No exhorta, por tanto, a una pobreza individual y ascética, sino a una decisión personal que ha de vivir se dentro de un grupo humano, constituyendo así el germen de la nueva sociedad. En ese ámbito se crean nuevas relaciones entre Dios y los hombres y entre los hombres mismos. Siguiendo el lenguaje metafórico, Dios rema sobre los hombres comunicándoles su Espíritu-vida, estableciendo la nueva relación Padre-hijo. De ese Espíritu, compartido por todos, nace la solidaridad-amor, que asegura tanto el sustento material como el pleno desarrollo personal.

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