Viniendo
al detalle, la primera bienaventuranza enuncia la primera condición
indispensable para que exista el reinado de Dios: la opción por la pobreza (5,3:
«Dichosos los que eligen ser pobres»), es decir, la renuncia a la riqueza y a la ambición de
riqueza. Esta opción es la puerta de entrada al reino de Dios, es decir, abre
la posibilidad de una sociedad nueva, porque extirpa la raíz de la injusticia, la
ambición de tener, y rompe con los «valores» sobre los que se sustenta la vieja
sociedad.
La
ambición lleva a la acumulación de riquezas e, inseparablemente, a la búsqueda
del prestigio social y del dominio sobre otros, produciendo unas relaciones humanas
basadas en la desigualdad, la opresión y la rivalidad, raíces de toda violencia. La
opción por la pobreza, que elimina la acumulación de dinero, se inspira, pues,
en el amor a la humanidad oprimida y en el deseo de la justicia y de la paz. Quita
el obstáculo que impide la existencia de una sociedad justa y constituye la
base indispensable para construirla. De ella nacerán la generosidad del compartir
(Mt 6,22s), la igualdad, la libertad y la hermandad de todos.
Según
Jesús, todo hombre se encuentra abocado a una opción entre Dios y el dinero (Mt
6,24 par.), es decir, entre el amor y el egoísmo, entre el «ser» y el «tener».
Optar por la pobreza significa tomar partido por Dios, y con él, por el bien de
la humanidad y la propia plenitud.
No hay que
confundir con la miseria la pobreza a la que invita Jesús; así lo demuestra la
felicidad que él promete a los que hacen la opción (“Dichosos…”}. Esta felicidad,
a primera vista paradójica, estriba en que, según la expresión de Jesús, «ésos
tienen a Dios por Rey»; Dios garantiza que cuantos han hecho esa opción
dispondrán de los medios necesarios para su desarrollo humano (Mt 6,25-33 par.).
La invitación
de Jesús se hace en plural. No exhorta, por tanto, a una pobreza individual y
ascética, sino a una decisión personal que ha de vivir se dentro de un grupo
humano, constituyendo así el germen de la nueva sociedad. En ese ámbito se
crean nuevas relaciones entre Dios y los hombres y entre los hombres mismos.
Siguiendo el lenguaje metafórico, Dios rema sobre los hombres comunicándoles su Espíritu-vida, estableciendo la nueva
relación Padre-hijo. De ese Espíritu, compartido por todos, nace la
solidaridad-amor, que asegura tanto el sustento material como el pleno desarrollo personal.
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