viernes, 8 de febrero de 2013

LA UTOPÍA DE JESÚS. I. INTRODUCCIÓN. LA AUSENCIA DE UTOPÍA.


Para muchos cristianos, católicos o no, la pertenencia a la Iglesia pretende asegurar la consecución de «la vida eterna». 

La vida presente no es para ellos más que un tiempo de prueba en el que el individuo tiene que hacer méritos para «ganarse el cielo». Esta presentación puede parecer simplista,
pero ha sido real en tiempos no muy lejanos. Lo único que contaba era «la salvación del alma». Esto reducía la práctica cristiana a un esfuerzo individual, de tinte ascético, para conservar el siempre amenazado «estado de gracia».

Es evidente que tal concepción de la praxis cristiana carecía de toda dimensión utópica para este mundo. No se pensaba, o muy de pasada, en una incidencia social del mensaje cristiano; casi la única acción social recomendada era la beneficencia, la limosna, según el modelo de la espiritualidad judía, en particular de la farisea, y esto como obra necesaria para la propia salvación.

Ni que decir tiene que mientras el hombre esté preocupado con el problema de su salvación personal, ante una alternativa de cielo o infierno, no hay para él nada más importante ni tiene tiempo para ocuparse a fondo de otras cuestiones.

El mismo amor al prójimo se enfoca desde la perspectiva de la propia salvación. Esta es el absoluto, y en obtenerla se concentran las energías; el amor a los demás es relativo, un medio.

Por otra parte, si el objetivo del cristiano es obtener la salvación eterna por su pertenencia a la Iglesia y la fidelidad a los preceptos, no se ve en qué se diferencia el cristianismo de las otras religiones, que, de ordinario, prometen también una felicidad después de la muerte. La única salida viable a esta dificultad era afirmar que sólo los cristianos o, más aún, sólo los católicos, que pertenecen a la verdadera Iglesia, pueden alcanzar esa salvación. Los que no han tenido la posibilidad de ser cristianos están condenados para siempre. Esto expresaba el dicho: «Fuera de la Iglesia no hay salvación», si no en su última interpretación oficial, al menos en la teología de siglos anteriores (1). Los cristianos y, en particular, los católicos, a los que nos referimos más en concreto, habían llegado a formar una especie de ghetto) un círculo cerrado y exclusivo, donde cada individuo se dedicaba a la tarea personal de asegurar su salvación. Poco o ningún interés se mostraba por los problemas de la humanidad, que se consideraban pertenecer a la esfera del «mundo» pecador. Los dolores y las injusticias eran pruebas que había que pasar para ganarse el cielo.
Aunque aún en nuestros días hay círculos donde subsiste esta mentalidad, la lectura más atenta de las denuncias proféticas del AT y, sobre todo, del evangelio ha producido una reacción y un cambio notable en la concepción de lo que significa «ser cristiano». En gran parte, ha sido la «teología de la liberación» la que ha abierto los ojos a muchos cristianos sobre las implicaciones sociales del mensaje de Jesús. Cuál es el núcleo de ese mensaje es lo que pretendemos aclarar en este artículo. 



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*, Esta conferencia fue pronunciada en el Congreso de la Asociación Juan XXIII en septiembre de 1988. 

(1). El Concilio de Florencia (siglo xv), en su Bula de unión de Coptos y Etíopes Cantate Domino, Decreto para los Jacobitas, decía así: "La sacrosanta Iglesia romana ... cree firmemente ... que nadie fuera de la Iglesia católica, ni los paganos, ni los hebreos, ni los herejes o cismáticos, participará de la vida eterna. sino que irá al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles».

El Concilio Vaticano II, en la Constitución Lumen gentium, 16, afirma lo contrario: «Dios, como Salvador, quiere que todos los hombres se salven. De hecho, los que sin culpa ignoran el evangelio de Cristo y su Iglesia, pero buscan sinceramente a Dios, y con la ayuda de la gracia se esfuerzan por cumplir con las obras la voluntad de Dios, conocida a través del dictamen
de la conciencia pueden conseguir la salvación eterna». 

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